domingo, 11 de septiembre de 2016

Vuelos de altura.

Hoy vas a ser tú quien se de el placer de abrir las alas y volar, escalar esas montañas que en invierno pueden ser blancas, y hoy, por desgracia, están secas.
Vas a mover el mundo con tal de sentirte un pájaro.
Vas a pensar que la caída como opción está bien de vez en cuando, pero como rutina es tormentosa; y por ello, no la vas a convertir en rutina.
Te vas a levantar de tu nido, vas a mirar el árbol sobre el que has dormido y vas a cantar tu canción favorita, mientras el frío de las mañanas de septiembre te arropa y te hace los coros.
No vas a temer a tu reflejo en los charcos, no porque no haya llovido, sino porque no necesitas mirarte para seguir sabiendo qué pájaro eres, ni de que color te gustaría ser, porque lo vas a aceptar como la suerte de la lotería, y lo vas a querer; aunque un día te plantees cambiarlo valorándolo de buenas maneras.
Y el primer día no vas a tener ni nido, y el segundo tendrás un nido que te resultará un hogar enano, y quizá el tercer día tengas un apartamento de paja para ti mismo, pero primero tiene que sonar el despertador; y al ser un pájaro no sé cómo funciona el mecanismo, porque soy yo del que se queja la gente a las siete de la mañana, pero ya aprenderé.
Y quizás la metáfora de usar un pájaro aprendiz no es la mejor, pero necesitaba decirle a ese pájaro que sus vida van a ser etapas, y que tiene que luchar por superar la primera para pasar a la segunda, aunque esta sea una mierda.
Querido pájaro, decirte que tus alas son bonitas y no las disfrutas para volar, pero sí las observas constantemente, como si fuesen a hablar, y qué decirte que no sepas, si nunca lo harán.