viernes, 29 de enero de 2016

Rubén Darío.

Y vuelves; y yo tan sola como siempre en esta cárcel sin salida.
Sin notar mi existencia; como se siente un pájaro la última vez que mueve las alas en un mundo vacío.
La roca que poco a poco se desgasta, de la erosión que por la lluvia ha sufrido; y sí, es una metáfora, de llanto frío en día helado con nieve en los bolsillos.

Recuerdo que ahora mismo no recuerdas lo mucho que recordaste haberme querido.
Que la ilusión poco a poco se apaga y el árbol se ha podrido. Y ojalá y volviera a ser regado.

Siento... vacío, y no en el ombligo. De hecho no sé qué tienen que ver los pulmones; pero te echan tanto de menos, que a veces caen el el olvido y hacen amagos de sustos que me dan un castigo intermitente en forma de aire perdido.

Necesito volver a sentir la emoción de abrir un nuevo libro con complejo de persona a rastras por el suelo y avión directo al sitio donde nos conocimos; mítico lugar en paraíso perdido.

Acaban de morir tres flores, y una de ellas no era precisamente un lirio... Melancolía, monotonía y fuerzas en el camino. Pero esto no son núcleos de sujetos, ni adornos de árboles bonitos.

Me miras a los ojos, y ya sabes... No he vuelto a abrirlos.


El título de esta entrada tiene su origen en pensar en recuerdos mientras estás estudiando literatura. Espero que se entienda. Gracias por leerme.

viernes, 15 de enero de 2016

05:56

Estoy harta de la negatividad; y me cansa la monotonía.
El ser por ser y el hacer por hacer no es lo lógico. Ni siquiera el querer por querer.

No me gusta tener planificado mi tiempo,  ya que estoy segura de que el tiempo se ocupará de planificarme a mí.
Y la compañía del tiempo no es buena, ya que tiende a acelerarse.
Y la vida sin relojes sería mejor, un simple complemento que podría llegar a marcar tu estética, sólo eso.
Los números son necesarios, pero no aquí.

Definir que mi felicidad duró tres horas es triste. Si no tuviésemos cadenas, mi felicidad tendría espacio y no tiempo. Y recuerdos.

Somos recuerdos.  Conjuntos de ellos. De esos que llaman a la puerta cuando estás en tu cama comiendo palomitas; y te invitan a pensar.
Y pensar significa pensar, y eso significa poner en marcha el cerebro de manera distinta a la habitual y amenazar al corazón.
Y las amenazas a tu fuente de vida no son buenas.

Y si mi tiempo es oro, que no sea porque el reloj esté bañado. Y que si tú eres plata no sea por tu precio en el mercado. Y que si ganar carreras pero no ser el primero significa medalla de bronce, que sea medalla.
Pero que nunca sea tiempo.

sábado, 9 de enero de 2016

Septiembre.

Gracias; por hacerme creer que existía cuando sólo era la botella de agua cuando tenías sed.

La persona que va y viene, el billete de ida, el de vuelta tú lo regalas; sin darlo en mano, lo dejas en el suelo y el aire se encarga de llevarlo.

Buscas el tren de la felicidad, sin darte cuenta de que no estás en la estación correcta, pero te sienta bien buscar algo distinto.
Con lo que me costó encontrar la buena estación... Y la destruyeron al caer los muros.

Que vuelvas a recogerme, y no esperes a nadie más; estoy dentro, quizás no soy suficiente, pero, ¿sabes? puedes probarme.

Qué decirte si sé que harás la noche en la estación; con las luces apagadas, y con un frío que mata esquimales. Quizás si llego  con una manta, notarás mi presencia y me abrazas. Quizás me quitas la manta y me empujas a las vías.

Y yo mientras, aquí, llorando del empujón, viendo de lejos el tren, mientras tú gozas del calor de la manta... Manta que tiene origen en mí.

Despierta y olvida que he estado cerca, no soy quien quiero, ni quien tú esperas; mejor me voy y desaparezco. Jamás recuerdes mi mirada, y mucho menos mis manos y las marcas. Despierta y sé feliz, pero que por lo menos hayas dormido a gusto.



Siento escribir esto.